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sábado, 1 de octubre de 2011

"París convivió con los nazis como España lo hizo con Franco"

En abril de 1940, la vida nocturna de París incluía 105 cines, 25 teatros, 14 music halls y 21 cabarés. ¿Estaba preparada la ciudad para lo que se le venía encima? "Ni mucho menos", sentencia Alan Riding en su libro Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), un documentado estudio en el que da voz a los intelectuales que resistieron (o no) durante la ocupación del III Reich. Los parisinos vivían tranquilos, se sentían protegidos por la línea Maginot. Tan tranquilos que el 14 de junio de 1940 la Wehrmacht entró en la ciudad de la luz sin encontrar resistencia.


En el libro plantea la pregunta que cualquiera puede hacerse: ¿cómo comportarse en una situación así?

Desde luego esa pregunta no trato de ponérmela a mí, sino de infiltrársela al lector a través de la premisa de que los artistas, los escritores, los intelectuales gozan de privilegios en los buenos tiempos y tienen responsabilidades en los malos. Porque creo que quienes tienen un talento mágico, un genio divino, deberían dar una orientación a la gente, agarrar los grandes asuntos y pelearlos. Siempre. Ahora también tenemos ejemplos, como el del artista y disidente chino Ai Weiwei: usa su fama para expresarse políticamente, el Estado totalitario lo teme y lo encierra.

¿En el París de 1940 nadie tomó este tipo de liderazgo?

En el caso de la época del libro, los escritores, sobre todo, tenían una tentación intelectual enorme por soluciones utópicas. Eran los ismos, del siglo XIX y también del XX. Cada uno buscaba una solución intelectual, tan precisa y perfecta, pero en la práctica se lo llevan todos los demonios: comunismo, trotskismo, stalinismo, maoísmo. Pero no sólo de la izquierda: nazismo, fascismo, salazarismo, antijudaísmo Eran píldoras mágicas que aseguraban tener la solución. Además, tal vez Francia tenga más fascinación que otros países latinos por la teoría. Se comenta la anécdota de dos funcionarios europeos, un francés y un inglés, negociando. Con mucha dificultad llegan a un acuerdo. Y el francés dice: "Bueno, esto funciona en la práctica, ahora hay que ver cómo lo llevamos a la teoría".

¿Nadie esperaba lo que se les venía encima?

Tal como fue, no. En 1939, cuando acaba la guerra en España, los vencidos se van, se esconden No tienen opciones de quedarse. En Francia, en seis semanas el Ejército más poderoso de Europa se hunde. Fue una derrota total e inesperada. Entonces, aparecerá el viejo héroe de la Primera Guerra, Petáin, diciendo: "Yo os voy a proteger". La gente tardó en entender que Petáin no podía llevar a cabo esa función. La situación era desesperante: EEUU no quería entrar en guerra, la Unión Soviética estaba aliada con Hitler desde hacía un año por el pacto Molotov-Von Ribbentrop, Inglaterra estaba a punto de ser invadida, Franco se había instalado en España, Mussolini en Italia. Las opciones eran muy limitadas. Entiendo que tarde uno en ser consciente de esa situación. Por eso los que se quedan en París (los que al final montarán la Resistencia) tampoco sabían qué hacer.

Usted cita una frase del secretario de Asuntos Exteriores británico durante la guerra, Anthony Eden: "Quien no ha pasado por los horrores de una ocupación por parte de un Ejército extranjero, no tiene derecho a pronunciarse sobre lo que hace un país que sí ha pasado por ello".

Sí, por eso trato de hablar con supervivientes. Puse la frase de Eden no por falsa modestia o por humildad, sencillamente por un cierto realismo. Las islas inglesas del Canal fueron ocupadas, y los ingleses allí se comportaron igual que lo hicieron los franceses a 50 km al sur, a raíz de la ocupación. Luego, los ingleses los llamaron eternamente desagradecidos: "Nosotros los salvamos y ellos no nos lo agradecieron lo bastante", siguen diciendo.

Uno de sus muchos testimonios que vivieron ese horror es el del escritor Jorge Semprún.

A Semprún lo conocí bien. Lo entrevisté como ministro. Siempre me ha interesado la relación de la política con la cultura. Fue un intelectual, escritor y preso. Él sí conoció los horrores de la ocupación para poder opinar. Tenía ese poder merecido. Me explicó que los estudiantes fueron los primeros en caer en la cuenta de lo que estaba ocurriendo al manifestarse el 11 de noviembre de 1940 conmemorando el aniversario de la victoria francesa en la Primera Guerra Mundial. Había grupitos de profesores y estudiantes, pero tenían pocos contactos. Semprún era uno de ellos, y también había más españoles, que salían de las universidades.

Pero ¿realmente "siguió la fiesta"? El título del libro lleva a pensar en una orgía cultural.

El original en inglés viene de la frase The Show Must Go On [El espectáculo debe continuar], pero creo que en castellano no queda mal. Los alemanes tenían la situación controlada y la vida cultural y nocturna seguía. Eso convenía a todos, a los ocupantes pero también a los franceses que se quedaron. La gente quería escapar a la situación en la que se encontraba, costaba encontrar de comer y hacía frío. Hallaban la calefacción en los cines. Igual que aquí con los 40 años de Franco: la gente sobrevive, hace chistes. Acepta la cultura Las cifras lo muestran. Si yo soy un violinista de una orquesta y vivo de lo poco que gano y me ofrecen un concierto, yo voy, claro. Y si hay diez alemanes, me da igual.

Cita al novelista alemán Ernst Jünger, que llega a escribir en su diario sobre la facilidad de contactar con mujeres.

Es significativo. Jünger llegó a París en mayo de 1941 ¡y explica cómo le tocó los pechos a una mujer en el cine!

De cualquier manera, ¿no era una cuestión muy delicada?

Exacto, porque ¿dónde se pone la línea? Es borrosa y cambiante. Los franceses iban a Alemania en los años treinta a hacer películas, porque ahí les pagaban. Y conocían a los del mundillo, claro.

En algún momento esa actitud pasaba a ser considerada "colaboracionista".

Esa palabra fue cambiando de significado. Al principio, la extrema derecha francesa vio que la izquierda había sido derrotada, no que habían ganado los alemanes. La mejor forma de minimizarlo era hablar de colaboracionismo. La gente de derechas renunciaba a plantearse la ideología del Gobierno de Vichy y la veían como la vía para la resurrección de Francia, una vez superada la decadencia impuesta por el frente popular, la izquierda, etc. Tras la liberación entre los intelectuales estaban los que "se habían portado bien", es decir, habían escrito en los periódicos clandestinos, no habían socializado con los alemanes, no tenían nada en la conciencia Y los otros, los que habían publicado libros u obras, que sólo salían con el consentimiento de los alemanes, claro. Es interesante cómo llegó a reinventarse Sartre, que no es que fuera colaboracionista, pero tampoco fue resistente. ¿Cómo iba a pensar la gente que era un resistente, por mucho que de corazón aborreciera a los nazis?

¿Hubo puntos de inflexión durante los años de ocupación?

Fue un proceso con varias etapas: tras la ocupación y la creación de la Francia de Vichy, al sur del país, el primer punto de inflexión fue cuando Alemania atacó la Unión Soviética, en junio de 1941. Había pasado un año de parálisis, pero se liberaba el partido comunista, que estaba desacreditado desde el pacto nazi-soviético. A parir de entonces, intelectuales y también obreros descubrieron que tenían el mismo enemigo. Era una locura que el enemigo fuera el comunismo. Otros momentos empujaron a la esperanza. El primero, la irrupción de los aliados en el norte de África en noviembre de 1942: después de dos años y medio en que parecía que los invasores nunca se iban a ir, los aliados están a la ofensiva por primera vez. Y, en febrero de 1943, Europa conoce la derrota nazi de Stalingrado. Piensan que también podían perder los nazis. Eso anima a la gente a organizarse en la Resistencia, no sólo cultural, sino en todos los sentidos. No fueron oportunistas, yo creo que fueron realistas, a pesar de que en 1943 el Gobierno de Vichy se endureció y creó sus milicias, en aquel año llegó la esperanza.

Fuente: Público

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